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Por ellos, las personas que inspiran.

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Hay personas que se nos presentan en forma de oportunidades. Yo tuve la fortuna de contar en mi camino con almas que sin saberlo o sin proponérselo me ayudaron a construir mi camino hacia la docencia. Esta  aventura inicia cuando apenas era una niña. Crecí en un hogar conformado por mis padres, dos hermanas y un hermano varón, quien es mi mellizo. Mi madre, una combinación bastante extraña entre exigencia y amor, podía ser tan severa en sus castigos como excesiva en sus manifestaciones de cariño. Fue ella la primera en sembrar las bases que me llevarían a escoger esta noble profesión como proyecto de vida. Ella, preocupada por brindarme una educación de calidad, se empeñó en que debía continuar mis estudios secundarios en la escuela Normal de Señoritas de Bucaramanga, y fue así, como después de muchas madrugadas e interminables filas logramos conseguir un cupo en esta prestigiosa institución educativa.

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La Normal, formadora de maestros por excelencia, presentó ante mí; docentes que con su entrega, responsabilidad, paciencia y mucho cariño, me fueron encaminando para tomar una de las decisiones más acertadas de mi vida. Gracina Elvikas, mi profesora de matemáticas de grado octavo y directora de grupo, la que de verdad se creyó el cuento de ser la mamá sustituta de las estudiantes. El profesor Jairito, como cariñosamente le llamábamos al profe de matemáticas de la media vocacional, el ser más paciente que haya conocido orientando sus clases. Marcela Mejía, profesora de español, quien tenía una manera especial de llegar a las estudiantes propendiendo porque todas entendieran y leyéramos no como obligación sino por gusto y predilección. Por ella, por sus conocimientos, por la manera que tenia de abordar el aprendizaje del español es que escogí esta asignatura como la mía. Hubo otras, como la señorita Mary, toda una leyenda en la Normal, profesora de inglés a quién todo el mundo le temía por su fama de exigente y “rajona”…de ella me quedé con su gran respeto hacia las estudiantes al llegar con sus clases preparadas y organizadas sin dar pie a la improvisación. Mi paso por la Normal sin duda alguna, fue de las experiencias más significativas en este proyecto de vida, no solo por los docentes sino por sus lugares, las costumbres que allí se tenían como los encuentros en comunidad y las prácticas pedagógicas, espacios dónde apenas siendo unas adolescentes jugábamos a ser profesoras de preescolar.

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Realizando estas prácticas, me encontré con dos docentes que me impactaron por su ternura, sencillez y deseo de enseñar no solo a los chiquitines que tenían a su cargo sino a nosotras, las practicantes de la Normal. La profesora Claudia, profe de jardín del Colegio San Pedrito y la profesora Magaly, quien orientaba un grado de transición del colegio Fundación UIS. Ellas me permitían hacer parte del proceso de los niños asignándome tareas para ello. Se puede decir que estas fueron mis primeros momentos orientando una “miniclase”.

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La Normal me otorgó el título de bachiller pedagógica cuando terminé el grado undécimo. Para ese entonces ya tenía claro que quería ser profesora de español.

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Empecé a desempeñarme como docente antes de terminar la universidad. Una de las personas de las que más he aprendido en esta formación como docente fue una compañera de trabajo. Una experimentada profesora de preescolar que dominaba muy bien las dimensiones del ser humano siendo un niño. Amanda tenía un don especial con los chicos y padres de familia; siempre lograba convencer a los acudientes de apoyarla en cuanta idea se le ocurriera. Con ella compartí seis años laborables. A ella le robé su don de gente, su organización y la forma en que contaba cuentos e historias a los educandos.

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Desde este punto la historia se escribe sola. Ejerzo una de las profesiones con más responsabilidad social que existen. El contacto con los estudiantes es una de mis partes favoritas; poder llegar a ellos, ser parte activa de sus vidas y aportar de alguna manera en su formación como ciudadanos es una experiencia invaluable, porque para mí, nuestra labor no termina orientando académicamente el conocimiento, perdura a los largo de la vida de los educandos cuando logras dejar una huella para siempre en sus vidas y ellos en la del profesor, aquel que recordarán con cariño porque algo se han llevado de ellos para la construcción de su proyecto de vida.

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AUTOR: GISSELLE GALEANO

DOCENTE ESPECIALISTA

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